Conocerse a sí mismo es una necesidad y un deber a los que nadie puede sustraerse. Toda persona necesita saber quién es, no puede vivir si no descubre qué sentido tiene su existencia: está en juego su felicidad si no reconoce su propia dignidad. Por esto podemos afirmar que estamos continuamente a la búsqueda de nuestro yo, una búsqueda a veces inconsciente, a menudo fatigosa y aparentemente contradictoria; en todo caso, nunca acabada.
La persona se busca primero a sí misma… y si tiene el valor de descubrir su propia identidad, experimenta inmediatamente la necesidad de llevar aún más lejos su búsqueda, hacia ese Ser que es la fuente de su misma identidad. Si su deseo es ardiente y su búsqueda constante, Dios no puede sustraerse a ellos. Ha sido él quien ha puesto en el corazón humano ese anhelo y esa constancia. Si el hombre busca a su Dios en serio, no hay duda de que lo hallará, pues Dios mismo le saldrá al encuentro.
Amedeo Cencini (1948) es profesor en las universidades Salesiana y Gregoriana de Roma, y reconocido especialista en el ámbito de la formación de las vocaciones.