El seguimiento de Jesús es «buena noticia», no yugo pesado, aburrido o triste. A los discípulos de Cristo hoy nos falta vivir el Evangelio con más alegría. No son muchos los que entre nosotros saben gozar de su vida, mientras siguen a su Señor. El Dios de las bienaventuranzas es el futuro de cuantos logran vivir ya satisfechos sin haberlo conseguido todo ya; de quienes, aún en el dolor o la enfermedad, saben sonreír gratis, y siempre, al hermano que se les acerca. La alegría evangélica no brota de «lo divertido que nos lo pasamos», sino de saborear cuánto Dios nos ama. Agustín de Hipona concluía una homilía sobre las bienaventuranzas diciendo: «En la medida de mis posibilidades, he expuesto a vuestra caridad todas las bienaventuranzas de Cristo. Os veo que estáis alegres, como queriendo escuchar todavía más. Vuestra caridad me ha provocado a decir tantas cosas y hasta hubiera podido decir otras muchas; pero es mejor que rumiéis bien lo recibido y lo digiráis para vuestra salud».