Obediencia, castidad y pobreza. Son los tres votos mínimos que hacen las mujeres consagradas a Dios en medio de este mundo en el que parecen primar valores absolutamente opuestos. Abandonan sus carreras, sus familias, sus planes de futuro y posibilidades de triunfo para entregarse a una causa, según dicen, enamoradas de Jesucristo