No deja de ser sorprendente la sencillez con la que aborda y resuelve las cuestiones más debatidas de la teología, en particular la de la naturaleza. Ahora, que estamos tocando con la mano las consecuencias de considerar a la naturaleza humana como obra exclusiva del hombre, de su poder y de su técnica, el libro de este gran jesuita nos recuerda que el hombre, como imagen de Dios, es irreductible tanto a una simple partícula de la naturaleza universal como a un elemento anónimo de la ciudad humana.